domingo, 15 de enero de 2023

Vagabunda Bogotá - Luis Carlos Barragán

 


Un viaje desquiciado al vacío con guiños surrealistas a un futuro y una realidad desconcertantes. Luis Carlos es un tipo, un tipito bastante joven. Amanerado, inteligente y enamorado de Mario. Mario es sujeto brillante, una mente prodigiosa que logra pasar a la universidad en la estación espacial Urano. La historia es simple: dos jovencitos intentan saciarse mutuamente, se besan y hacen el amor con ese ímpetu envidiable de la adolescencia. Todo es unas ganas de atragantarse con el otro, de engullirlo y dejarse morir con una pasión en medio de la garganta. Pero solo es uno el que muere, el otro pasará a formar parte de un grupo selecto de estudiantes brillantes. Luis Carlos es artista plástico, es decir: Luis Carlos Barragán, Bogotano y autor de esta novela. Y también Luis Carlos el personaje principal de esta historia estudia artes y se pasea por Bogotá y por Medellín y por el espacio sideral. Por su estilo narrativo desviado y afluente que desborda la imaginación pero nunca la historia este tipo de novelas son las que más me provocan, me incitan a escribir. Pero bueno, hablemos de la historia. Me gusta bastante su capacidad de transitar libremente por las posibilidades infinitas de un mundo literario que aunque fantástico nunca se ve infantil. Y eso es una virtud enorme, porque la realidad esta que habitamos aunque estemos convencidos de su cualidad estática e inmutable, histórica y físicamente y digo convencidos porque en nuestra realidad cotidiana no hay espacio para la metafísica como no sea la siempre cancina y burda religiosa. Entonces, sabemos que la realidad es mucho mas; lo intuimos; pero terminamos enfrascados en las mismas fórmulas de siempre y las nuevas le pertenecen a unos pocos seres brillantes que intentan conquistar nuestras mentes supersticiosas cada día. Así pues, me permito viajar con Luis Carlos de cuerpo en cuerpo pero con la consciencia intacta y no solo de cuerpo en cuerpo sino de estrella en estrella porque este tipo quiere volver a ver a Mario como sea, quiere saber por qué putas Mario desea saber tanto, estudiar tanto si la vida igual no tiene sentido. Y Mario response, que el único sentido posible de su existencia es saber lo más que pueda de física postcuántica y que si no de qué sirve vivir. Como el mismo Luis, que si no pudiera leer o hacer arte nada tendría sentido. De este tipo de fatalidades se compone esta piececita maravillosa de la narrativa colombiana contemporánea, ganadora del concurso de la cámara de comercio de Medellín en el año tal y por tal motivo. Lo interesante es la posibilidad de explorar las pasiones humanas que seguirán vigentes aun en mundos donde se estudie en una base espacial a millones de años luz de la tierra o donde los objetos cobran una capacidad animada pero nunca extraña porque en ese pequeño mundillo todo eso es posible de una manera sobrecogedora y auténtica. Y al mismo tiempo se permite el autor explorar la finalidad del hombre, es decir nuestro destino. Seremos hombres del espacio con capacidades mentales expandidas pero enamorados y carnales en nuestro futuro inmanente? O iremos dejando lo humano a un lado y nos defecaremos a nosotros mismos y de nuestra inmundicia nacerá algo nuevo que no vamos a poder llamar bajo ninguna circunstancia o convención humano.

 




Dejando de lado la historia, y pensando nuestras posibilidades como especie, esto es lo que me resulta interesante de la ciencia ficción, que es una pregunta abierta sobre nuestra esencia pero también sobre nuestras posibilidades transhumantes.

Y creo que es muy factible que abdiquemos de nosotros mismos para dar paso a un ser mucho mas eficiente, menos poético y desorientado que el hombre moderno. Y no es que esté dichoso con que sea de esa manera pero hay varias cuestiones de nuestra manera de comportarnos unido a los avances tecnológicos que bien podrían resultar en un futuro ser mas acoplado a los moldes sociales, que por su eficiencia sea feliz y se haya olvidado por completo de cosas tan ineficaces, inoportunas y contraproducentes como el amor o el placer. La cuestión es mejorarnos como especie pero la dirección de ese mejoramiento la dará el curso de la historia y si no hacemos algo ese destino será la productividad y la eficiencia industrial y social.

 

Personalmente elegiría el mundillo de vagabunda Bogotá, elegiría un futuro desconcertante, díscolo y apasionado a pesar del vacío persistente, porqué qué más puede ser la eficiencia que la negación absoluta del vacío? Es decir, en un mundo dónde todo tiene un por qué y una razón de ser no hay cabida para cosas tan volátiles como perseguir a un amor a través del espacio intergaláctico y si no podemos perder el tiempo viviendo entonces para qué hacerlo, si no puedo perder mi vida con la literatura para que me sirve la eficiencia.

 

 

 

domingo, 27 de junio de 2021

Vacío de contenido.

El sonido tenue casi moribundo de la noche se adentra entre sus huesos con la corporeidad de su aire helado como la muerte. La doncella duerme intranquila, sueña desesperada que su caballero ha enloquecido y ha partido hacia el desierto árido de su mente vacía de contenido. El hombre petrificado por la helada caricia de la noche que lo arropa con cariño maternal hasta reducirlo a la tierna infancia se yergue frente a la ventana y observa sus días venideros. No los soporta pues ya los conoce, los sabe todos de memoria aún siendo imposible denotar el futuro. Camina lento con la mirada estática como congelada en un punto de la historia que preferíamos olvidar, por despiadado, así de horrible se ve la mirada estrábica de este hombre. Horror absoluto, desliza su mano sobre el interruptor de la luz y el interior de la morada se une a la oscuridad taciturna que canta susurrada las vacilaciones conocidas del futuro de este hombre. Golpea suavemente la puerta de la habitación donde ella sueña que es una doncella desesperada por la inevitable locura que ha diezmado a su caballero. La ve luchar desesperada bajo el abrigo tibio de las sábanas. Piensa que todo está decidido. El caballero ha olvidado su nombre, no reconoce el reflejo pálido, lívido como la luna que se le aparece en el fondo del pozo. Mira al cielo pletórico de astros luminosos, pero ya su mente se ha vaciado por completo, es un no hombre y nada más. El golpe ha servido para entreabrir la puerta de la habitación, un vaho cálido como de añoranza o esperanza le golpea el rostro con premura pero lento, envolviéndolo por completo, atrapándolo en un torbellino tierno con aroma a cuerpo reposado, a sudor incipiente de noche recién comenzada. La oscuridad es total, negrura densa que sus ojos rompe con esmero de explorador. Las pupilas dilatadas rebuscan con el tacto la imagen de los objetos que se apremian como obstáculos. Tropieza con unos zapatos que su memoria no tenía la obligación de recordar. La niebla espesa de la oscuridad se empieza a diluir en grises claros, la luz se filtra por los intersticios de la ventana como recién evocada por un dios creador que la hubiese puesto allí para su criatura amada. Su cuerpo cae dócil en la cama en la que se hunde hacia las profundidades insondables de su mente. Ella jadea quedamente, aspira bocanadas diminutas de aire a una velocidad inusual para un cuerpo en reposo. Qué soñará, qué la aqueja. Un pensamiento más que se adentra en medio de su mente atormentada por un futuro consabido. Una vela etérea se enciende en el vórtice que dobla el techo y por donde desciende la pared lívida enrarecida por la oscuridad donde se reflejan los objetos más insignificantes creando sombras inverosímiles de seres espectrales. A la luz de la vela el hombre piensa que la noche es un buen escondite para su mediocre pulcritud, su domesticación elocuente narra las vicisitudes de un buen hombre que ya sabe todo lo que es y será su vida. La doncella gime susurrante sentada en el borde del pozo donde fue visto por ultima vez el caballero con la mente vaciada de contenido. Un hombre viejo que suele arar la tierra de día y que no logra conciliar el sueño de noche lo avistó tras las ventanas desgastadas de su rancho. Mira con ternura a la doncella sin atreverse a decir absolutamente nada más. Ella comienza a derramar lágrimas que inundan las sábanas con ansiedad, es tanto el líquido salino que brota de sus ojos hinchados que de golpe el hombre atormentado por su futuro se siente naufragar en un rio salado con pececitos de colores bordeando sus cuerpos. Se siente flotar en ese mar de lagrimas. No habrá roto ese sueño algo irreparable en el interior de la mujer, se decanta la vida, huye despavorida del alma, del cuerpo y de los ojos, no quiere saberse el hacedor de ese llanto. La llama etérea se extingue lentamente, sabe que la luz es tan fuerte como su resistencia al estupor onírico. La llama morirá con su cuerpo vencido por el sueño. La doncella cae mareada en el borde de piedra del pozo, si no tiene cuidado caerá al abismo oscuro que la atrae con toda la fuerza de la nada absoluta. El caballero que ha partido con la mente vacía de contenido no sabe absolutamente nada acerca de los últimos acontecimientos perpetrados por él como es de esperar en un hombre que se ha vaciado todo por dentro, ahora es solamente carne, huesos y sangre y un corazón palpitante, como un motor eterno que funciona sin combustible, que nunca se detendrá y que continuará andando hasta el día en el que el horizonte ardiente del último ocaso de su vida se lo trague para siempre. El hombre lucha por no ahogarse en el pantano salino de sábanas impolutas, que ella ha lavado con tierna devoción mientras el hombre cumplía su horario laboral. Se salva al fin de las aguas movedizas y se yergue descompuesto, yuxtapuesto a la cama, sudoroso y decrépito, consumido al fin, se acerca a la ventana eludiendo los obstáculos, estos sí los sabe pues fue él quien los puso ahí. Mira la calle desierta. El pánico es dueño de su vida, le teme a todo. Teme que de repente un vagabundo se cruce en su mirada. Teme que la lluvia arrecie, que los relámpagos conviertan la noche en día. Teme a la oscuridad. Teme que haya hombres y mujeres muriendo en cualquier lugar de esa ciudad demente. Vaya, le teme a los hombres y a sus invenciones, todo cuánto hay ahí afuera le produce pánico, terror, horror. Ella se sobresalta de nuevo, él devuelve la mirada por un instante, la mira mientras la luz amarillenta del alumbrado público ilumina la mitad de su rostro, qué soñará, piensa aprensivo. La doncella se ha desmayado y el viejo no ha podido retenerla. El pozo no es muy hondo, pero sacarla no será fácil, solo no podrá, qué hará si la noche es larga y todos duermen. El viejo trae una vela para alumbrar el pozo, seguro no se ha hecho daño, pero debe cuidar que no la ataquen los roedores. Despacio, muy lento deja la bóveda petrificada, recalcitrante, sudorosa que es el lecho marital que comparten él y ella, por supuesto su sueño es pesado como una piedra caída del espacio hace eones y que ahora tiene capas y capas de sustrato terroso recubriéndola en su base. Parece yacer desmayada, inconsciente más que dormida, piensa él en el último instante antes de dejar la bóveda marital. Y es ahí cuando lo asalta la idea impertinente de huir. Hacia dónde, si afuera todo es hostilidad, y adentro, qué es todo aquí adentro, se pregunta, quietud, tal vez. Acaso tus ancestros no eran salvajes que dormían a la luz de la luna, atacados muchas veces por demencias lunáticas que derivaban en lanzamientos despavoridos por acantilados que se tragaban su locura? Una cueva, eso es, piensa que una cueva es hacia donde debe partir.

El latido de su corazón se hace cada vez más sonoro, como en incresendo los tambores del ritual de una tribu antropofágica que dora; extasiada por el  aroma carbonizado de la piel; los cortes de carne desmembrados con cautela y salvajismo, los ojos desorbitados por la inminente recompensa que dispara sus segregaciones salivares hasta hacerlos babear como perros rabiosos, emulando esa emoción su corazón golpea con furor su pecho que ya no parece poder retenerlo un segundo más.

Cree escuchar el latir de ese órgano vital. Está como embotado por las emociones, no sabe como controlar la ansiedad. Y todo su cuerpo tiembla despavorido. Se desarma su esqueleto. Se desajustan las neuronas. Al fin se le nubla un poco la visión y siente que si no sale ahora mismo de la bóveda marital perderá la conciencia para siempre. Mira el radio reloj que era de su abuelo, puesto impecablemente sobre una funda de croché que le regaló su abuela. Las 2 de la madrugada en punto. La doncella abre los ojos al fin y siente la desorientación fangosa y húmeda del pozo. Ve una vela que irradia una luz tenue unos dos metros más arriba. Gime de dolor, se ha roto una pierna. Llora de tristeza y de dolor. Llama desconsolada a su caballero. O al menos al hombre que ella sueña sea un caballero que luche contra todo, dragones y enemigos para salvarla y amarla. Solo se oye una voz áspera ahí arriba que le pregunta: se ha hecho daño. El hombre ve como su mujer se balancea de un costado a otro de la cama. Algo grave debe estar sucediendo en sus sueños. No cesa de llorar y gemir y al final grita, grita tan fuerte que parece imposible que no se haya despertado. El hombre siente el cuerpo helado y tieso, ese grito ha roto la niebla de sus ojos. Vuelve a reconocer los contornos de la habitación, los claro oscuros de las formas ya sabidas y consabidas. Su cuerpo sigue incontrolable, tiembla como un epiléptico y comienza a caminar. Despacio toma el morral que usa cada día para llevar el alimento del cuerpo, solo que ésta vez será un morral de viaje hacía la vastedad de lo desconocido. Dos camisas, un suéter y un jean además del que lleva puesto. Su novela favorita y unos cuantos calcetines.

Cierra la puerta de la bóveda marital con una lentitud que podría tomarle horas. Pero piensa que no hace mucho ha gritado en sus sueños y no se ha despertado. Toma un último suspiro, retiene el aire por un momento, el momento justo para dar el golpe definitivo, aquel que lo liberará para siempre de la opresión en la que vive. Qué sentido tiene vivir el mismo día una y otra vez. Amanece y las verdes praderas reverdecen con los rayos del sol, la doncella sigue en el fondo del pozo al cuidado del viejo que se ha quedado a luz de una tea, toda impregnada de resina inflamable y hecha de una madera gruesa y vieja de esas imposibles de apagar. La doncella gime desconsolada pues siente que ya será imposible alcanzar o dar con la pista de huida del caballero que se ha vaciado de contenido en su cabeza. Con los primeros rayos de luz aparece un pastor en el camino al que el viejo pide ayuda para sacar a la doncella de la profunda oscuridad en la que se encuentra. Le tiran una soga de cabuya atada en la parte de arriba a dos bueyes robustos y saludables que tiraran con fuerza una vez la doncella se haya agarrado con todas las suyas. Y así sucede al cabo de dos o tres intentos fallidos. Ya está, al fin ha puesto los pies sobre el asfalto gris y desolado de la madrugada, siente el terror de lo desconocido y retrocede unos pasos, se agarra trémulo a la baranda que cerca los tres escalones que debe descender para dejar atrás la puerta de su casa. Miles de años se aferran a él de una manera cultural y pegajosa como una trampa viscosa y putrefacta. El viejo le ha dado una taza con café y un buen pedazo de queso con pan recién horneado por su mujer, la doncella está sentada en el césped, mirando al sol que cada vez es más grande, subir a lo lejos en el oriente. La pierna rota y el corazón abandonado como un viejo esqueleto de pescado tirado a la orilla de un rio. Pero decide saltar, uno dos tres saltitos para vencer el temblor, se lleva la mano hacia el interior de su camisa, la desabotona y se encuentra con el viejo escapulario, que lo protege de todo mal. Se aferra a él con todas sus fuerzas y comienza a llorar pero de una manera lúgubre y calmada, como cuando es el final de algo y las lágrimas son la redención más que el dolor. Y tira fuerte, todos los pequeños gránulos del escapulario se derraman por el suelo, causando un ruido estridente pero casi imperceptible, acaso mortal para un oído biónico, pero para el resto del mundo apenas un molesto estorbo. Como ese cristo final que ha quedado en sus manos: un estorbo y nada más. Camina con furia y elocuencia empuñando al cristo hasta sangrar, cómo puede cuidar de él, cómo podría enfrentar al mundo si siempre ha dejado todo en manos de un hombre-mito. El terror a la vida es el amor al cristo. Y lanza con asco y lleno de sangre la crucecita de madera a las cloacas inmundas del rio. Casi corre como un demente sin rumbo, sintiendo que no es necesario un destino y que no es necesario vivir con precaución, que si algo es un pecado es el terror a la vida. Y cae al fin, luego de tres horas de actividad intensa en un estado de quietud absoluta. Ha visto a un hombre dormir en algo parecido a una gruta bajo un puente a un costado del rio y lo dignifica, lo glorifica como un hombre libre. Se acerca con cautela, pero sin miedo y se hace un espacio en medio de la cuevecilla. No tarda tanto tiempo antes de ingresar al mundo de los sueños. Sueña que es un caballero que ha salvado una última batalla con un dragón descomunal y sediento vuelve a casa a ver a su doncella que jadea desesperada en medio de un sueño terrible. La despierta con un beso. Ella lo abraza desconsolada pues soñaba que él había perdido el juicio y había huido con la mente vacía de contenido. En ese momento ella se despierta en medio de la madrugada fría y taciturna y siente las sabanas tan húmedas que parecen mas una laguna que una cama y pesadas como si estuvieran cargadas de sal, y a su lado falta él.

martes, 1 de septiembre de 2020

Buda Blues y V de Vendetta, terrorismo de estado o anarquía.

Una vez más con Mario, parece que no puedo dejar de leerlo. Buda Blues fue un regalo que me hizo un viejo amigo y es gracioso porque fue hace dos o tres años. La verdad es que pensé que ya lo había leído, lo di por sentado pero resulta que no. Pensaba en Scorpio City y mi mente creaba una extraña humareda grisácea donde las dos novelas se unían. Nada más alejado de la realidad, pues Scorpio City es una atrocidad despiadada donde nada, absolutamente nada, sale bien, toda la acción se centra en las calles, en los bajos mundos de una Bogotá travesti, la que avergüenza a los hombres de a pie. 

                                                   Buda Blues - Mario Mendoza | Planeta de Libros

Esa vergüenza nace de una confusión al no saber distinguir entre los valores loables y nobles y los valores de un sistema pervertido donde la demencia absoluta domina el mundo. Por otro lado, Buda Blues es la fuerza de una idea igual que en V de Vendetta, la película que narra las aventuras de un hombre que desea a toda costa vengarse de un estado totalitario que ha diezmado y reducido a su mínima expresión a un país que no comprende que su obediencia es injustificada, que el miedo se ha apoderado de la vida y que hombres poderosos tiran de las cuerdas de muñecos de trapo para hacer mover a su antojo un sistema vil y despiadado, un sistema utilitarista hasta las últimas consecuencias. 

Solo que ese utilitarismo no persigue un fin en especifico, no. Busca solamente perseverar en su idea. Y resulta que la única manera de contrarrestar una idea es con otra igual de fuerte y absoluta. En eso se parecen V de Vendetta y Buda Blues, hay una idea lo suficientemente poderosa como para ganar adeptos a gran velocidad y a escala mundial y que por eso mismo en su interior reside la peligrosidad de la violencia que puede hacer estallar el mundo. No siempre es buena idea la venganza, tal vez y si a caso, cuando se trata de una respuesta individual hacia otro sujeto pero no a escala mundial, porque el choque de dos cuerpos siempre va a generar una onda expansiva tan destructiva, que lo más seguro sea la aniquilación de unos y otros.

En V de Vendetta, la respuesta violenta genera una suerte de luminosidad mental, claro que ayudaba el hecho de que la población de una Londres distópica y futurista tiene la certeza tácita de que debían actuar, casi se puede decir que nadie compartía los ideales de un estado omnipresente y claro, omnipotente que a través de una cara que se entroniza en medio de los contenidos audiovisuales cada vez que requiera reforzar sus macabras ideas, dictaba ordenanzas para mantenerlos a todos confinados en una cuarentena eterna, bajo la falsa premisa de que su seguridad dependía de las buenas acciones del gobierno. Grave error pensar que la cosa política debe responder por nuestro bienestar. 

¿Hasta qué punto se ha pervertido el contrato social?, y más importante aún, ¿hay realmente un contrato entre el gobierno y los gobernados? O la opaca línea que los une se ha roto al fin y no nos hemos dado cuenta de ello. Creo que esta es la pregunta fundamental, tanto en el libro como en la película. 

Como les venía diciendo, "V" como se autodenomina el héroe de este movimiento social que busca liberar a los ciudadanos de una esclavitud corpórea más que mental, como no sea el miedo, quiere acometer los actos vandálicos para representar un simbolismo que socave, destruya y reemplace unos viejos ídolos por otros nuevos. El nuevo monumento de la libertad absoluta del hombre. Plantea al arte y la buena vida como los ideales de un mundo nuevo y todos están de acuerdo en que la única manera de destruir su esclavitud es derribar las barreras del miedo y succionar la sangre de un estado de excepción que ha recreado para ellos una linda historia de protección y seguridad nacional, un némesis que en realidad no existe pero que sirve y de que manera para disparar la maquinaria estatal de protegerlos a toda costa, incluso de la vida y sus mas nobles propósitos.                                                                                                                                                                                                                                                                          v-for-vendetta-wallpaper - Patricia Terino

En Buda Blues tenemos algo mucho más peligroso, pues no solo es Lóndres sino el mundo entero, o al menos occidente, quienes estamos bajo el influjo de una COSA que todo lo permea, que es como el agua, cabe por todas partes y aunque encuentre resistencia al final termina rompiéndola y avanzando sin importarle nada más. La COSA no tiene forma, no se entroniza en los aparatos televisivos de una manera tangencial, corpórea, no te flagela con el látigo del temor. La COSA es implacable por que nadie sabe exactamente cuando nació, dónde surgió, cómo se gestó. Nadie puede decir que pertenece a una logia universal que diseña y planea el rumbo del mundo. Pero vaya que todo parece inevitable. No más basta querer intentar algo diferente, un movimiento que no vaya en concordancia con el sistema, para notar incluso en el propio cuerpo una extrañeza, la sensación de que algo no anda bien. Como haber comido un alimento descompuesto y sentir las nauseas y las ganas de vomitar instantáneas que ese mal puede causar. Así pues se necesita una acción terrorista, explosiva y detonante para hacer volar en mil pedazos una COSA amorfa que nadie sabe ni siquiera que es participe de ella. 

No sé si alguna vez han leído De la servidumbre voluntaria de Etienne de la Boetie, un tratado escrito por un muchachito no mayor de 20 años hace más de 4 siglos. Llamado también el Contra uno. Lo menciono porque la simpleza del discurso de Etienne que parece estar escrito para que hasta el más ignorante de los campesinos de la época del renacimiento pudiera entender que su situación de desventaja residía en otorgarle demasiado poder a unos pocos que se encargan de tomar decisiones en nombre de un bien común ( que para definiciones románticas, es lo que significa la política) que nunca, pero nunca ha sido tal. Yo diría que La COSA es un producto degenerado; y lo digo en términos moralistas porque lo es y no deberíamos usar eufemismos con respecto a este tema, todo lo que concierne a nuestra condición humana, al bien-estar del hombre en el mundo corresponde a una categoría moral; decía que La COSA es el resultado de muchos acontecimientos históricos, guerras, pestes, hambrunas, ideologías fracasadas o históricamente exitosas, religiones, dioses y sobre todo la tendencia humana a la servidumbre voluntaria. Esa extraña manía de no hacernos responsables de la vida, de estar en contra de uno mismo como un destino negro,oscuro y depravado. 

Porque todo aquello que nos destruye es depravación en un sentido moral. Ahora bien, Buda Blues plantea la lucidez de 2 personajes, cada uno a su manera, para descubrir uno a través de los planteamientos del budismo, que dictan, bueno no hay dictadura en el budismo, que presentan, mejor, al hombre como una presa del sufrimiento, ese hombre indefenso que está a merced de sí mismo y que constantemente se pone en contraposición de los otros y como resultado tenemos una existencia repleta de pequeños y grandísimos actos explosivos que dinamitan, retuercen y aniquilan la vida. Así pues, este hombre descubre que el No ser es la libertad absoluta para disfrutar la existencia y tener una vida plena, solo respetando el curso de los acontecimientos se puede revelar las verdaderas intenciones de los otros y alejarse de los actos que reaccionan en cadena y desatan el caos de un monstruo espectral como La COSA. Aún así no deja de ser desalentador saber que si el camino no es la violencia difícilmente se pueda lograr un cambio social y más apabullante para el alma humana es saber que todo acto violento ya está pervertido por pasiones delirantes que de tomarse el poder no traerían nada bueno. Y por el otro lado nos vemos frente a frente con un sujeto que pese a las adversidades decide que la resiliencia, esa fuerza vital que impulsa la existencia es la energía moral que necesita el mundo para luchar contra la masa amorfa que nos consume a diario: la muerte, el consumismo, el desprecio, el calentamiento global, el hambre, la enfermedad y hasta el desamor. hay un hombre nuevo que nos propone Mario Mendoza un Buda Blues.

martes, 25 de agosto de 2020

Apostasía.

 

1.

 

Soy Juan Santiago, vine al mundo hace 33 años en el seno de una familia de clase media. Mi abuela siempre había querido un nieto sacerdote. Mi madre sugirió que debía llamarme Santiago, como uno de los apóstoles. Mi abuela que debía llamarme Juan, como el bautista. Así me hicieron un niño de dios, me llevaban a la iglesia cada domingo sin falta, como laborista a su trabajo. Crecí como monaguillo y estudié en el seminario menor. Era una almita de dios. Mi abuela lloraba de felicidad cuando me veía acolitando las eucaristías del barrio, todas sus amigas del grupo de oración y también las del grupo de tejedoras estaban al tanto de su nieto ungido por el señor. Yo era el pequeño monaguillo, el llamado por dios, y yo lo creía, lo juro que me convencí de que era así. Mi viejo era diferente, menos entusiasta con mi ungimiento. El apenas si pronunciaba palabra sobre el asunto, no puedo decir que estuviera en contra, porque jamás se hubiera atrevido a contradecir a las beatas que eran su madre y su mujer, aunque ya fuera de los dominios de la matrona y la aspirante a sucederla contaba con un grupo de billaristas cerveceros donde podía ser él mismo lejos de la mirada escrutadora de la moral católica. Yo crecía como un niño de maneras quietas, de sentado recto, inmaculado, debía cumplir con las expectativas de un dios que me había elegido desde antes de nacer, yo sería el instrumento de dios y debía mostrarme humilde y agradecido. A los 12 años me escapé de casa, estuve perdido por 3 días, divagando por las calles. Me encontré con una pandilla de niños que me invitaron al banquete de la vida. Jugamos y gozamos. Descubrí el fútbol y las niñas, descubrí mi cuerpo capaz de todo, atrofiado durante 12 años en una posición recta, estéril para la vida, rezando y cantando alabanzas a nuestro padre celestial. Una niña, Lucia, hoy la pienso como Lucy, la primera mujer homínida, también mi primer amor en esos tres días de ausencia en el reino de dios. Era una rubia, alta y esbelta, un cabello ondulado y dorado tan brillante e intenso como nuestro amor. Ella tenía dos años más, la vi sentada en una banca de un parque cerca a nuestra casa, interrumpí el rosario en su tercer misterio y amé quedamente su vestido florido, mis ojos absortos en la delicadeza de su rostro que solo pude comparar con un ángel por ser todo lo vasto que me otorgaba mi cultura. Dejé caer la camándula al suelo y salí tras ella, que se había levantado de la banca y se alejaba a paso lento y cadencioso como marcando el ritmo de una canción desconocida pero que supe hermosa, quise bailar con ella, aprehender su ritmo, fundirme en sus piernas, desandar sus pasos, impregnarme del aroma de su cuerpo, olía a un campo de flores que era su vestido al viento, soltando la fragancia de la vida. La sed se apoderó de mí, la fuente era ella, de donde yo debía beber para saciarla. La alcancé cuando llegaba a juntarse con otros niños, también bellos, llenos de vida. Me quedé introspectivo, paralizado ante esa pandilla que sabía sin haber juzgado nada, solo por la experiencia de estar juntos que la vida era eso y que nada más importaba, ni lo que pensaran, ni lo que quisieran sus padres. La fortuna quiso que pese a mi lamentable postura recta y mi trajecito impecable ella se fijara en mi por haberme dado la naturaleza en el día de mi nacimiento la gracia de la belleza. Me saludó desde la distancia. Yo no supe qué podía hacer. Me acerqué a ellos con la timidez del que sabe que no tiene nada que dar y ofrecí un escueto saludo. Todos callaron y me vieron de arriba a abajo. Lucia me tomó de la mano, no sé muy bien por qué, nunca alcancé a preguntarle, y durante tres días estuvimos así, muy cerca nuestras pulsaciones. Los papas de Lucia trabajaban todo el día y llegaban tan tarde a casa que no veían a Lucia en los días de semana. Yo dormí con ella esos tres días. Descubrimos el amor al mismo tiempo como un imperativo de la naturaleza, que nos hacía buscar nuestros cuerpos tibios bajo la cobija lila de ella. Nunca me preguntó si tenía casa, si debía irme. Solo no nos soltamos las manos, entendimos lo que debía sucedernos, lo aceptamos en muestro corazón estremecido por lo intempestivo de lo que sentíamos, todo nuevo, de golpe, sin nadie que nos hubiera preparado para la vorágine desesperada del deseo. Tres días que pasaron lentos y que he sentido la vida como una apariencia mítica, como si hubiera desgarrado el velo de malla y la única realidad concreta fuera Lucia. Pasados tres días la policía me encontró jugando fútbol en la cancha de arena del barrio, mi madre corrió a abrazarme deshecha en llanto. Creí que había perdido la gracia de tu existencia, que dios te había hecho ascender a los cielos antes de tiempo, me dijo desconsolada mientras me abrazaba fuerte. Ese fue el último día que vi a Lucia, no nos dijimos nada, tampoco nos alcanzó el tiempo para eso, yo me fui con mi madre y con la mirada me despedía de los otros niños, de la cancha de fútbol, de los goles, de los gritos, de Lucia, de la vida.

Vino el tiempo del internado. Dejé la casa y el barrio. Mi madre no correría de nuevo el riesgo de que el ángel del mal me atrapara y me convirtiera en un niño común y corriente, un desgraciado. Era un claustro a las afueras de la ciudad, no puedo decir que me sintiera especialmente desgraciado por irme a ese lugar, todo lo contrario, estaría lejos de casa, lejos de la obligación de rezar, bueno eso pensaba, no era muy consciente de que el lugar al que llegaría era un monasterio disfrazado de colegio. Sobre todo, aprendí a adentrarme en el silencio y en la vida contemplativa. Me olvidé de todo, si había experimentado el gozo de la vida puedo decir que entré en los territorios de la muerte, en el santuario de los abolicionistas del sentido. Soy un sacerdote ateo, y en el seminario fue donde alcancé la iluminación. Hice la transición al seminario mayor como una obligación moral con las ilusiones de mi abuela, que pese a todo la amé con toda mi vida. Alcanzó a estar el día de mi ordenamiento en la catedral metropolitana de Medellín el año pasado. Murió un mes después y me ha dejado una misión que lamentablemente nunca podré cumplirla por lo imposible de la tarea.

En mis días como seminarista alternaba las clases con lecturas apasionadas de Schopenhauer, Nietzsche, Sartre y mi favorito Camus. Podía sentir la crudeza del absurdo, la falta de sentido de un mundo repleto de obligaciones morales, judiciales y éticas que terminan por moldear la vida a imagen y semejanza de las ideologías imperantes. Solía sentarme al lado de la cúpula blanca que se ve desde la ciudad como anclada en la montaña, esa capilla que es un santuario del silencio y donde me gustaba estar para entrar en debate con las ideas de dios que me enseñaban en las clases de teología. Me fui alejando cada vez mas de mis compañeros de estudio, que armaban tertulias cada tarde después de clase. Dios era el centro de esas mentes ciegas que jamás se preguntaron por la inmanencia de ese ser espectral que decían podía intervenir en la vida de los hombres, aunque era claro que nunca había hecho nada, lo que lo reducía a un inútil o a un ser despiadado e insensible que no le importa el sufrimiento de sus hijos supuestamente amados. Con el tiempo comenzaron a desconfiar de mi soledad, de mis hábitos poco convencionales para un seminarista, lo único que les daba tranquilidad tanto a mis compañeros de estudio como a los sacerdotes que eran nuestros maestros eran mis largas incursiones en la capilla. Lo que no sabían era que nunca oraba, solamente disfrutaba de la calma y el silencio absoluto de la casa vacía, de la ausencia absoluta de dios. En mis días libres que normalmente eran los miércoles, pasaba primero por la Biblioteca Pública Piloto para entregar unos libros y sacar otros que eran imposibles de encontrar en la biblioteca del seminario, aunque debo decir que también era uno de los lugares que más visitaba en el claustro y que pese a su pobreza en autores a contracorriente, era un mar de posibilidades literarias. Luego iba a casa de mis padres y visitaba a la abuela que siempre me recordaba mi misión con el mundo a través del ejercicio del ministerio sacerdotal. Intenté no prometerle nada, aunque la ternura de sus ojos me condenaba al suplicio de la abyección y la imposibilidad del desagravio. Luego deambulaba por las calles del barrio intentando captar un poco de vida, un poco del aroma distendido de los perfumes femeninos, un poco de los rayos de sol que oblicuos se filtran por doquier, lo traspasan todo llenando los espacios del mínimo combustible vital y por eso la elocuencia de los cuerpos como desesperados que se buscan sin descanso. Buscaba los ojos, el aroma y el vestido florido de Lucia. Madrugaba el jueves para retornar temprano a las clases en el seminario, estaba de verdad interesado en conseguir los secretos de la fe, en entender la potencia de una idea que me había atrapado desde antes de nacer.

El camino en el claustro es largo, no están dispuestos a compartir los réditos de una empresa que es la más añeja del mundo, así que uno debe estudiar los misterios teológicos durante diez años, tiempo que parece infinito cuando se trata de darle mil vueltas a un asunto que es indefendible, que no tiene asidero, que no tiene una lógica potente, porque 2000 años solo parecen haber servido para zanjar disputas en nombre de un cristo que hasta probablemente nunca existió, porque evidencias no tenemos y la biblia está tan intrincada y manoseada que actúa para un estudioso atento como un foco de disidencias e inconsistencias difíciles de salvar por más que sean diez años de estudio en el claustro, y claro, quién que no sea un ciego creyente puede soportar diez años antes de enterarse que todo es una farsa. Después de pensarlo un poco creo que esa es la única razón para que dure tanto el periodo de seminarista, el objetivo es coleccionar desertores que no puedan soportar diez años de estupideces y al tiempo coleccionar estúpidos ciegos que no tienen la capacidad de discernir entre una historia que como mínimo sea coherente por no pedir objetividad, de una que es completamente arbitraria, sesgada, y totalizadora.

Y se preguntaran, es este hombre un estúpido, cómo ha llegado hasta el final de esos diez años, qué hay detrás de este hombre misterioso.

Cada miércoles, luego de haber pasado mi tercer año en el claustro y habiendo vencido las fuerzas opresoras y malditas de dios, ahogado en la desesperanza de verme al fin libre, decidí buscar el aroma de la vida, revivir las emociones de esos tres días en mi niñez. Luego de visitar a la abuela mentía deliberadamente para liberarme del almuerzo familiar, comentaba que debía visitar al padre Aurelio o hacer una diligencia impostergable en la curia o ayudar a un alma de dios que necesitaba consuelo y que llevaba más de un mes escribiéndome para que fuera a visitarla. Así me paseaba de un lugar a otro mirando la vida que llevaban los ciudadanos del mundo. Me adentré en teatros y cines, en bibliotecas y cafés, recorrí calles de barrios sórdidos repletos de criminales, marginalidad y prostitución y recorrí los lugares más apacibles y bellos de la ciudad.  Un miércoles de septiembre, lluvioso y gélido como pocos en Medellín, había estado dando vueltas por el pasaje la bastilla, mirando libros, acariciándolos, preguntaba precios y conversaba con uno de los vendedores que era particularmente diferente de los demás, un tipo que era más un librero que un vendedor, un tipo que lo único que amaba de verdad era la literatura, no sufría los horrores de tener que presentarse a trabajar cada día, él simplemente amaba lo que hacía en ese pequeño espacio repleto de libros. Muy temprano en la mañana ponía a calentar la cafetera para tener café para todo el día, además fumaba sin parar y leía todo el tiempo, de manera que llegar a su librería era llegar a una tertulia para descubrir libros y autores. Una delicia era visitar la librería del viejo Hemingway. Esa misma tarde anduve por el bulevar Junín, observando la algarabía y el color de esas calles que son el corazón de la ciudad, conociendo a fondo la naturaleza humana, alegría y sufrimiento por igual, en muchas ocasiones se dan al tiempo en una misma persona. También la pillería ronda tenebrosa y tácita las calles. Ancianos se reúnen a pasear sus mascotas o a ellos mismos quemando los últimos leños en su caldera. Me senté a tomarme un café en un barcito para disimular el hambre y leer una novelita de Dickens. Me dejé llevar por las vicisitudes de esas dos ciudades del siglo XVlll. Pasó un buen tiempo antes de percibir que la mirada eléctrica de unos ojos color miel me atravesaban, pasaban a través de Dickens y hurgaban debajo de mis cejas. Además de ojos color miel, tenía la tez canela, como dorada a fuego lento durante horas y horas en una fogata ancestral, el cabello castaño y liso rosaba el ovalo que se pronunciaba de medio lado al contacto con la silla y que conectaba con unas piernas largas y cruzadas, forradas en un pantalón de licra deportivo que dejaban ver las marcas de sus músculos tensos y jóvenes. Estaba intimidado por la presencia intempestiva, absoluta e imprevista de la belleza en medio de un miércoles gélido de septiembre. Esa era la prueba de que no existen los estados de excepción, que en realidad no hay la más mínima posibilidad de ser un ser especial, único o elegido por nadie o por dios alguno. Todo lo que tenemos es la fortuna de aprovechar los momentos de la existencia o la desgracia de dejarlos ir.

Una inyección inesperada de testosterona elevó mi baja tasa de serotonina, y como arrancado de las tinieblas de un abismo oscuro surgí hacia ella con la seguridad de un ave que desciende a más de 100 kilómetros por hora a por su presa en el mar. Me senté a su lado y sentí que despedía un aroma tan fuerte como el deseo incontenible que sentía. Era presa de la voluntad de la vida que se quiere a si misma sin razón alguna. Supe que ella estaba subyugada a las mismas pasiones que yo sufría justo en ese momento. Sentía la necesidad de profanar y quebrar mi vida en dos, destruir todo lo que me habían enseñado como virtud y necesitaba profanar la ideología que me oprimía. Como era miércoles el seminario estaría casi por completo vacío así que la tomé de la mano y cogimos un taxi. Llegamos en la hora de más calma, el silencio era total, los vigilantes me conocían lo bastante como para dejarme pasar aún con una compañera, no podrían haber imaginado que esa mujer estaba a pocos segundos de abrirme las puertas de su morada cálida de par en par. Debajo de la capilla blanca que se deja ver desde la ciudad casi desde cualquier rincón, y que solo basta que haya un día soleado y despejado para que eso suceda, se encuentra otra capilla subterránea, una bóveda tenebrosa, a la que se llega entrando por la sacristía de la capilla principal, luego hay que descender unas escaleras que se bifurcan, blancas y de estilo barroco, ornamentadas con bastante cuidado, para llegar a una especie de nave oscura de techo bajo, claustrofóbica y que para que haya luz hay que encender una hilera de velones gigantes a cada lado, lo que la hace perfecta para ritos mortuorios o profanaciones sexuales. Nosotros acometeríamos la segunda. Encendí la antorcha que nos dio la llama inicial. Ella la tomó y como una sacerdotisa que prepara el lugar donde cegará una vida en sacrificio se paseó de un lado a otro avivando el fuego en los velones. Abrí el cofre que custodia como a un verdadero rey el cuerpo y la sangre del cristo redentor, le di de beber vino en abundancia y luego hice lo mismo. Ella se tendió sobre el altar visiblemente excitada y me invitó a navegar mares azules, salinos de esos que si bebes morirías de sed. Ella era promesa de un delirio infinito, la concreta sentencia de una tarde entre dedos enredados, pantalones desprovistos, inútiles, tendidos en el suelo, labios hinchados y cálidos y vino blanco de consagrar. Mi sexo buscó el suyo entre gemidos que se hicieron sollozos cuando atravesaron las paredes húmedas y succionadoras de su sexo contraído. El cristo casto babeó de lujuria y se arrepintió de sus pecados. Se flageló en pensamiento, se extinguió para siempre. Le di la despedida entre bendiciones, los porteros jamás se imaginaron que me había hundido en ella. Pasé el resto del día sentado en el borde de un pretil de cemento que cerca la cúpula blanca. Las nubes de smog de un día gélido de septiembre se empezaban a agujerear por los rayos del sol que buscaban el asfalto de las calles medellinenses. Pensé en las acciones del día. Nada realmente significativo, un engaño que la naturaleza acometió sobre mí. Qué debía hacer, buscar la manera de engañar al engaño. Que la naturaleza no me imponga su voluntad, ni los hombres sus ideas. La libertad consiste en ser deliberadamente un no ser. Pensar anula la naturaleza y crea sofisticadas ideas. Para engañar el engaño hay que destruir la herramienta que crea las ilusiones. Que crea civilizaciones y dioses, culturas, sueños, mundos.

Después de la muerte de la abuela, comencé mi ministerio en la parroquia del barrio donde crecí. El párroco demostró ser un hombre envilecido por las alabanzas. Nada honorable había en ese hombre, un reflejo inmaculado de la formación seminarista. Son únicos y elegidos. Tal horror narcisista se construye en sus corazones durante diez largos años. Pobres hombres incautos y poseídos son los feligreses, el rebaño cercado por dios.

Mis noches se volvieron un tormento, fuerzas umbráticas llenaban mi cuarto de la casa cural y un cristo ensangrentado lloraba frente a mí, pidiéndome que cumpliera la misión que a través de la abuela me había encomendado. Me despertaba sobresaltado con inquietudes irresolubles. Traté en vano de predicar la bondad. La contradicción se me revelaba como el día y la noche, la dualidad del bien y del mal las concebí como imposibles, nunca podría cumplir la misión de mi abuela porque sencillamente no existía lucha alguna contra el mal. Lo siento abuela, no hay nada que salvar. Cumplía con mis deberes en la parroquia, daba la comunión y oficiaba como confesor y redentor. Pero no había penitencias, para todos tenía una voz de aliento, un no hay nada que hacer, es lo que somos y los instigaba a tratar de ser conscientes de su responsabilidad con el sufrimiento del otro, lo único que tal vez podíamos intentar como especie. Los feligreses no estaban muy conformes, preferían la absolución de los pecados. El olvido siempre pertinente de sus acciones, de sus responsabilidades para continuar soportando esta existencia que se mueve entre los mil mundos que habitamos todos. Cuántos has sido hoy, cuántos has querido ser, cuánto has sufrido hoy. Se quejaron de mi ineptitud, de lo poco que podía ayudarles, se quejaban de la falta de gracia en mi corazón. El párroco decidió notificarme con la curia y me reasignaron en otro barrio. No tenía otro oficio, nada más sabía hacer, ninguna otra cosa podía emprender, nada más quería hacer. Todo me parecía más de lo mismo. No hay diferencia entre oficios, todos son insulsos, desprovistos de la gracia totalizadora del sentido. Somos seres vacuos que marchamos hacía el fondo atravesando capas geológicas, como mineros dinamitando el subsuelo para encontrarse con el tesoro de la oscuridad o de su sepultura. Fui empeorando cada vez más, ya no podía soportar la corrupción de las ideas, la iglesia se revelaba ante mi como una institución que comercializaba la vida eterna a cambio del dolor y el sufrimiento del mundo. Lo encontré despreciable. Me he retirado a un monasterio en las colinas de Guatapé, por consejo de mis superiores. Acepté irme porque no podía seguir mintiendo, las caras desahuciadas y sin esperanza de los que siempre han creído en dios y como respuesta solo han conseguido un silencio humillante, me laceraban la conciencia.

Un anciano consejero me recibió en el monasterio, me persuadía a llevar una vida sin cuestionamientos. No es lo que cuestiono, es la imposibilidad de cuestionarme la que me fatiga, la mente es una máquina que jamás se agota. Me pasaba días enteros meditando, buscando el camino del no ser. No participaba de los actos litúrgicos, todo lo que hacía era estar en silencio, abrigado y contemplando el embalse de Guatapé desde la montaña. comía una sola vez al día. En la madrugada, entre la bruma densa y helada cortaba la maleza de las matas, regaba las flores y conseguía una calma mental que se perdía con los primeros rayos del sol. Así pasé unos años siempre bajo la mirada escrutadora del anciano. Dos veces al año el arzobispo de Medellín visitaba el monasterio, tenía reuniones privadas con los ancianos, paseaban por los campos y al caer la tarde se marchaba.

Nunca pensé que se tratara de un enemigo, conocía las antiguas y macabras historias de terror acometidas por la santa iglesia católica en nombre de dios. Conocía la lucha de poderes entre la misma iglesia y los hugonotes sediciosos. Pero nunca fui consciente de que yo podía representar un peligro. Lo último que alcancé a ver fue un grupo de monjes que entraban a la fuerza a mi cuarto, derribaron la puerta con una especie de tronco para asedios, antes de que pudiera reaccionar ya tenía las manos atadas, la boca amordazada y la cabeza tapada con una bolsa de plástico negra.

 

2.

Ni siquiera gritaste, te golpearon y arrastraron. Cuando volviste a abrir los ojos habían pasado horas. Te tenían en una especie de mazmorra subterránea. Las cadenas gruesas y pesadas te ataban las cuatro extremidades, y un grillete te oprimía la garganta. Las paredes lívidas como de cal te cegaban y la única luz provenía de un bombillo de luz amarillenta que se alcanzaba a colar por las rejas que hacían las veces de techo de tu nueva morada. Era una cueva diseñada presumiblemente en la edad media y construida a imagen y semejanza en esta época supuestamente libre. Ver los instrumentos medievales de tortura colgados en las paredes no te impresionó tanto como la certeza de saber que sí un lugar así existía en estos tiempos era porque había todo un submundo debajo de las apariencias democráticas del sistema. Pensaste en cuántas personas habrán desaparecido en los dominios de estas doctas almas de dios. Una vez cada día descendía uno de los ancianos, te dejaba pan y agua y te hacía una pregunta: Aceptas al señor nuestro Dios, único y verdadero. A lo cual no decías nada. No sufriste temor más que hambre. No pediste piedad y nunca te sublevaste al desagravio. Era un hecho, el eco en esa cueva resonaba del lado del vacío eterno de dios. No sabes cuánto tiempo pasaste en esa mazmorra. Una úlcera creció en tu vientre y un día reventó, salió por tu ombligo que colgaba lacerado. No lo sabes Juan Santiago, pero pasaste un año entero en esas condiciones. Y hoy, hoy han venido a darte la gracia de ver el mundo por última vez. Sueltan tus cadenas y entre dos monjes te suben por las escaleras de barro. Te arrastran por el verde pasto. Miras por un instante al pasar, mientras aspiras la frescura densa y pura de tu jardín, todas las matas y flores que cuidaste durante estos años. Te elevan hasta el lugar más alto del monasterio y ves que tienen una cruz de unos seis metros de alto preparada durante todo un año solo para servirle a tu muerte. El tronco que cruza horizontal no pasa de dos metros. La cruz es de una madera fina, hecha para resistir el paso del tiempo, el agua lluvia y los insectos depredadores. Sabes por instinto que pasaras el tiempo necesario en esa cruz, el necesario para morir. No entiendes por qué te clavan con los pies hacía el lado más corto del tronco vertical. Izan la pesada cruz y quedas suspenso con la cabeza abajo y los pies arriba. Estás a seis metros sobre el césped y en lo alto de la colina eres el crucificado más solitario de la historia. Vas a ver pasar aves de todos los colores frente a tus ojos y tu cabeza se estancará con tu propia sangre, no lo sé muy bien, tal vez 5 litros de sangre, que reventarán tus ojos y se derramará por tus oídos. Al final gritaras con el último grito desesperado, como aferrándote a la vida. Padre nuestro……que no estás en los cielos ni en la tierra.



                                             Conocereis de Verdad | Cruz - E invertida crucifixión cabeza abajo ...

viernes, 1 de mayo de 2020

Cuatro años a bordo de mi mismo - Eduardo Zalamea Borda


Cuan vano es sentarse a escribir cuando aun no te has levantado para vivir.Esta frase del célebre filosofo naturalista y anarquista estadounidense Henry D. Thoreau, que exhorta primero que todo a la vida para así tener algo que decir, parece ser, sin poder asegurarlo de ningún modo, la manera de pensar frente a la escritura del Joven escritor Bogotano Eduardo Zalamea Borda. Joven en el momento de escribir esta novela, que apenas con veinte años, ya se había levantado para vivir las aventuras de la existencia y hacer de su propia vida una novela digna de ser contada. Siendo apenas un niño de diez y seis años parte de la fría Bogotá  sin saber muy bien a donde llegaría pero con la certeza de que sólo así ganará experiencia de vida y valdrá la pena existir. Resulta ser la Guajira ese destino para el cual ha embarcado, que no tiene otro objetivo mas que estremecer la insoportable quietud, el mutismo de una vida ya desde antes establecida, esa vida de hombre de la ciudad que ha nacido para la obligación y no para la molicie, puerto de todo hombre que se posee así mismo.



Una noche de enero parte con menos de 60 pesos en el bolsillo, un equipaje tan ligero como sus preocupaciones y las lágrimas,pocas, heroicas y viriles, en su corazón. Ha dejado a la madre, a la ciudad que le dio sus primeras lecturas y la visión de las primeras mujeres, que le hicieron presentir las futuras delicias que lo aguardaban. Este aventurero sale rumbo a Barranquilla en tren, se adentra en los campos verdes de las afueras de la ciudad, mientras esa fría Bogotá se vuelve nada más que nostalgia y recuerdo. No sabe si algún día volverá. Lo acompaña la soledad, qué mejor amante y compañera de viaje, que hombre con suerte por tan bella musa. Además unas cuantas parejas de recién casados que se intentan amar desesperados en la oscuridad de los vagones noctámbulos. Ya en puerto Colombia espera temeroso bajo la bóveda oscura de un cielo aterrador la goleta que lo embarcará rumbo a Riohacha. Me ha fascinado de tal manera esta obra que me dejo llevar y querer contarla, letra a letra, pero sé que no debo, que para ustedes debe ser una lectura personal, llena de incomodidades y alegrías, donde podrán atesorarla u olvidarla. 

El personaje que nunca nos devela su nombre es evidente que es el propio autor como su biografía nos deja muy claro. En un momento cuando está a punto de partir de Santa Marta hacía la guajira, se despide románticamente del mundo civilizado. Abandonaré la vida civilizada,construida sobre la endeblez de los ruidos que se quiebran. Frases de esta belleza poética, colman la narrativa de Zalamea cuando es el propio personaje quien piensa, sueña, habla o canta. Demostrando su capacidad literaria y al tiempo libertaria y poética. Ilusa vida en espiral de ideas y en ángulos de humo. y unas líneas más adelante. ...Con gramáticas y retoricas y sintaxis. Como si la vida tuviera una forma, como si no pudiéramos elegir nuestro propia camino. ...Con tinterillos, ingenieros, trotamundos, bailarinas, rufianes, tratantes, monjas, chóferes, petroleros. Vida a pesar de todo amable. Pero no suficiente, de ninguna manera un hombre libre, libre de toda mediocridad, puede aceptar ser uno de esos, con profesiones y halagos, y concupiscencias absurdas, destinitos mediocres de aquellos que solo saben hacer y ejercer lo igual: lo mismo que los demás. Porque en eso consiste la mediocridad. No hay un camino qué seguir, eso se lo dejamos a los superfluos y mediocres, como definiría Nietzsche en su Zarathustra y por el contrario nos queda la belleza de embarcarnos a bordo de nosotros mismos como un superhombre que ha trascendido los convencionalismos y las obligaciones obtusas y desesperantes, desesperanzadoras y desalentadoras. Este viaje que recorremos con este buen hombre durante esos cuatro años es un itinerario inalienable, inasible, poético y como consecuencia libertario.



Eduardo Zalamea hombre que intentó suicidarse supongo por la nostalgia de la belleza vivida y que suponía irrepetible, como hombre valiente y libe que supo ser. Lo intentó sentado en la mesa de un bar, con una bala que cruzó su cuerpo de lado a lado. Intentó conservar en un cofre muerto los tesoros de su juventud y pese a todo le tocó terminar de vivir su vida con la hermosura estética de las pasiones perfectas ya vividas. Esa sensación liminal de un hombre en estado de transición pero que nunca se completa. Luego de una aventura intensa y llena de significado, como un amor apasionado, entregado y sincero a flor de piel que nunca, pero nunca te permite volver a amar aunque lo desees con honestidad.

Esa es la vida deseada, la del hombre consciente de sus posibilidades, que son todas. La vida que no se contenta con lo que le han dado como capital de inicio. La vida del hombre que le da la espalda a la familia, al amor, a la sociedad, a los imperativos, a las obligaciones y a todas las rutas conocidas para entonces y ahí sí de una manera perentoria comenzar a existir.

Nuestro aventurero, parte de Bogotá, se embarca en puerto Colombia, luego de una calma tensa en alta mar un huracán desaforado lo arroja al puerto de Santa Marta junto a sus compañeros marineros, para luego continuar el viaje hacía Riohacha y de ahí el comienzo de la vida silvestre y pura en el Pájaro, donde se enfrenta a la seducción de las indias y a la muerte, la valentía de la vida desesperada. Luego el trabajo lo lleva a Manaure donde conoce a Khumare una india que le da su amor, en medio de un desierto triste pero lleno de vida, con esa honestidad que solo los hombres y mujeres que no conocen las abyecciones del mundo civilizado saben obsequiar. Y al final está Bahíahonda, el lugar donde el hambre casi lo aniquila y donde vuelve a sentir el hastío y la fatiga la quietud y la inmutabilidad. Cómo sobreponernos a lo que supo ser una aventura y luego termina convirtiéndose en la desfachatez de una vida ya conocida? para seguir avanzando con nuestra vida hay que aprender a despedirnos, y cuidar de sobrellevar la liminidad para no añorar demasiado. El ocaso es tan necesario como el alba. Para renacer hemos nacido. y al final morir. 

domingo, 29 de marzo de 2020

Akelarre - Mario Mendoza


Una historia que nos ubica en el plano o los planos,mejor, de la espiritualidad, de los mundos paralelos y de otros estados de conciencia, como dice Mario, no hay que dejarse castrar la imaginación; de pequeños intuimos que hay algo más pero conforme vamos creciendo todo y todos nos cuentan la historia de un mundo estático,plano.soso que no tiene la menor gracia, como sea, podés creer en lo que se te venga en gana o como yo lo veo, podemos imaginar y vivir otras realidades posibles; piensa en cualquier cosa,no importa que tan descabellado parezca o que tan bueno o malo o lo que sea, seguro ya se ha hecho,se está haciendo o en algún momento se llevará a cabo, la vida es misteriosa y en eso estoy de acuerdo con Mendoza, en el sentido estricto de la rareza de la vida, no sé cuántos puedan entenderme, si han experimentado esa extrañeza de estar vivo, de mirarse las manos, tocarse la cara, respirar,verse al espejo, caminar,actuar, respirar y no pensar simplemente que todo esto es natural, no, cual natural, esto lo que es, es algo muy raro, muy extraño, cómo es posible que estemos acá, que seamos esta materia, que pensemos, que hagamos lo que hacemos y que dejemos de hacer lo que no hacemos, nada de esto es natural,no, al contrario todo esto es muy místico, la vida está cubierta por un velo extraño que todos han aprendido a pasar por alto, a dar por sentado, para algunos es la solución divina, la más fácil,pero la más ingenua y muchos otros creen en la parte naturalista, donde la ciencia lo puede explicar todo, pues no, explícame por qué estoy vivo, por qué putas no me quiero morir a pesar de que no sabemos absolutamente nada, el mundo es absurdo, la vida es extraña,enigmática y bueno, si estamos de acuerdo con que no hay nada más raro,paranormal y místico que el hecho en sí de existir, que nadie ha podido explicar; por qué mierda no vamos a creer o imaginar lo que queramos si todo es posible a partir de un suceso imposible como la vida misma.



Sentadas estas bases, Akelarre es una historia muy bien narrada, un tríptico macabro que termina muy mal, cada uno de los tres personajes principales: el cura Lázaro Bautista,la bruja y artista Leticia Almanza y el detective, borracho,bipolar y marihuanero,Frank Molina, cada uno toma la palabra en un juego literario bien trabajado, conservando la tensión y el suspenso,porque sólo hasta el final se resuelven los crímenes de las prostitutas en el barrio Santa fe en Bogotá, plena zona de tolerancia de una metrópoli oscura y maldita, oculta bajo el velo de la maldad, y dominada por fuerzas de la oscuridad que terminan por destruir a casi todos los que la habitan, y acá empiezo a divagar, a hacer uso de mi derecho a interpretar como mejor me parezca todo esto, porque no soy de los que se puede considerar un sujeto castrado de imaginación,pero todo el tema de las fuerzas del mal y la brujería y los demonios me parece un tanto vulgar, además que es un tema bastante desgastado, aunque no en la literatura Colombiana y eso es algo que se le agradece a Mario, la valentía para tratar de ingresar a las letras colombianas en un ámbito más universal, es decir, que no solo seamos los lectores de este país, de esta latitud los que estemos en la capacidad de entender y de vivir las historias que se cuentan en nuestras novelas, por ser narraciones desde lo humano obvio,pero sobretodo enmarcadas dentro de nuestra retina, lo que leemos está casi siempre asociado a lo que vivimos cada día, a entender nuestra sociedad y nuestra realidad, pues no, Mendoza nos ubica magistralmente en un sentir más general, que nos toca a todos como especie y para eso sirve un tema de esta envergadura, la brujería como totalizadora, puedo ver a un lector británico con este libro entre manos, disfrutándolo y generando todo tipo de pensamientos a partir de. En ese sentido Akelarre es una obra como pocas en nuestro país, porque nisiquiera Gabriel Gracía Márquez con todo y lo monumental que fue es universal,no, su Macondo es nuestra tierra primitiva y sus sucesos son los sucesos que vivieron nuestros antepasados.De igual manera puedo ver a un español o un islandés o al que sea dentro de la especie humana, leyendo este tipo de literatura sin importar el lugar, porque son temas totalizadores, tal vez tengamos que empezar a replantearnos esto en la literatura colombiana, es tiempo de cruzar fronteras para hablar de la condición humana y no solo de la nuestra en particular.

Así pues, las fuerzas del mal se han tomado la vida: hay varios aspectos que dan cuenta de ello, primero la mediocridad, segundo la complicidad y tercero el silencio, creo que aquí está sintetizado el meollo del asunto que trata el libro, es evidente que el mundo está mal y que todos los que lo habitamos estamos muy muy mal, que nos hemos dejado absorber dócilmente por las artimañas de un sistema que a todas luces no tiene nada que ofrecer como no sea,muerte,miseria y corrupción, el señor de las tinieblas divulgado a través de los años se ha sentado al fin en el trono supremo y todos somos sus súbditos,adoradores voluntarios de su fea crueldad, y no estoy hablando de satán sino más bien del capitalismo depredador, de ese mounstruo que empezó como un proyecto para resarcirnos de la debacle imperialista en que nos dejó sumido los desastres de una guerra maldita, un acuerdo mundial para acelerar la economía y derrocar por fin a los emperadores, reorganizar en mundo en estados gubernamentales y liberales que centraran su ideología en alcanzar felicidad humana, pues bien, hemos fracasado, estrepitosa y ruidosamente, ese bien intencionado proyecto de la obsolescencia programada se transformó en la bestia del apocalipsis y ahora con los tentáculos de la publicidad y el marketing y claro está, con la complicidad abyecta de todos nosotros, que adoramos estar a la vanguardia, nos encontramos de rodillas ante nuestro señor todo poderoso, soberano de todo cuanto hay en este mundo: ríos, animales, aire,tierra,mar todo le pertenece a él y a su ruidosa maquinaria productiva, este mundo que hemos creado está a punto de vomitarnos, de infectarnos y de asesinarnos.



Que nos queda, construir un bunker, abastecernos de alimentos no perecederos, conseguir una biblioteca monumental y encerrarnos a leer durante 10 largos años, como pretende un personaje que aparece por un instante con toda su hermosura en esta novela para gritarnos a todos en la cara que no, que él ya no quiere ser más un cómplice, que ya no quiere contribuir una mierda con todo esto, que esperará paciente,atrincherado a que todo termine y luego saldrá a construir un nuevo mundo sobre los escombros de esta patraña en la que nos metimos.

Hay una idea que viene rondando mi mente hace un buen tiempo, la rebelión para estos tiempos no consiste en tomarse el poder por las armas, al contrario, nisiquiera debemos producir armas, en la misma medida en que no debemos producir bienes de consumo masivo, y más bien consiste en aprender el viejo arte de la autosuficiencia, que si lo piensas un poco, el mismo sistema sagazmente te prohíbe ser independiente;como no sea la nueva burla mundial del emprendimiento;confiándote a vivir en un apartamento de 50 metros cuadrados donde no hay espacio para nada excepto, dormir,copular y cagar las tres funciones básicas que cumplen los súbditos del rey del mal, buena las otras dos son ir a trabajar 10 horas diarias y consumir en su tiempo libre, pues bien, la revolución consiste en vivir fuera del sistema, el termino universal es living of the grid, volver a ocupar los espacios naturales, vivir de la tierra usando ese conocimiento primitivo, ese conocimiento que nunca debimos permitir que no lo robaran, haciéndonos dependientes absolutos del sistema, entiéndelo bien, si quieres comer y sobrevivir, primero debes luchar contra otros de tu especie por un puesto de trabajo, que una vez lo obtienes condena a otro a la miseria,la pobreza y el hambre, y hasta la muerte, luego debes cumplir con las labores lo mejor posible, si puedes capacítate, ve a la universidad no para aprender y generar conocimiento para la humanidad y para ti mismo, no hombre, en que mundo vives, así no funcionan las cosas, debes ir a la universidad con el único objetivo de adquirir conocimientos que le sean ventajosos al sistema, a la industria y así puedas encontrar al final del día la tan anhelada comida en una mesa hecha con madera tropical que servia para mantener un ecosistema que por tu maldita estupidez se  ha cobrado la vida de miles de especies inocentes en el mundo y basta, no más, es el momento de retroceder, de gritar no, eso es todo, decir NO bastaría para que imbéciles como Donald Trump se traguen su inmundicia y lloren como mariquitas, en fin, la revolución está en nuestras manos: la autosuficiencia.

lunes, 2 de marzo de 2020

Mundo mediocre.

Qué haces cada día con la llegada del alba, si al fin de cuentas trae lo mismo de siempre, qué es lo que trae: luz, un día entero repleto de cosas por hacer, de obligaciones en su mayoría que no estamos seguros de por qué las llevamos a cabo, te has preguntado para qué haces lo que haces cada día de tu vida? como bien supo comentar bukowski en un uno de sus relatos creo, " no era mi día, ni mi semana,ni mi mes, ni mi año, ni mi vida, maldita sea." parecemos abocados a resolver los paradigmas de una época o de un sector económico o social o lo que sea, excepto en resolver nuestro propio paradigma, si es el correcto o si es tiempo de romperlo, desecharlo y entregarnos a la incertidumbre tan temida,pero, qué creen qué hacen, dónde están las decisiones que han tomado en sus vidas? 

Todos huyen siempre de algo, saben de qué, de la mediocridad, es algo a lo que todos temen, sobre todo en este mundo regido por la ética del rendimiento, donde absueltos de los amos y los castigos, nos entregamos a un régimen psicológico,propio de la era ultra-capitalista donde se valora al sujeto que se ha transformado en una máquina voraz de si mismo, un hostigador de sus propios límites que lo consumen o al menos ese es el imperativo social, hasta los huesos, y claro, en el horizonte de sucesos ha de pasar únicamente una cosa, rendir, rendir como bien supremo o de lo contrario estás en la linea de salida hacia la mediocridad.

Pero lo que entiendo por mediocridad es algo parecido a la homogenización, donde todos hacen lo mismo, donde todos buscan y luchan por lo mismo solo puede haber mediocridad. La Rae define: 1,De calidad media. 2. De poco mérito,tirando a malo. Si nos atenemos a ésta definición está directamente ligada al rendimiento que propone el sistema, pero si la cargamos de significado, puedo atreverme a decir que la mediocridad es la aceptación sin vacilación de un ordenamiento exógeno que ha diseñado la estructura de la existencia para evitar que tomemos decisiones conscientes. Qué significa ser el mejor en la escuela básica,para luego ser el mejor en el curso de un pre-grado y para luego ser el mejor en un postgrado y luego en quien sabe cuantas cosas más? es decir, qué significa ser el mejor para emprender nuevas iniciativas económicas, abrir mercados y generar riquezas materiales? por qué debemos competir, quién o qué nos ha dicho que la competencia es no sólo algo bueno sino necesario? no conozco peor mediocridad que la competencia, exige adquirir cualidades,saberes y oficios que nada tienen que ver con nuestra propia naturaleza, y estoy hablando del individuo en sí, quién en su sano juicio quisiera hacer todo cuanto hace únicamente por entrar en una competencia salvaje por destacar y hacerlo lo mejor posible, y de esa manera opacar o destruir a todos los demás contendientes? y es que la propuesta está clara y definida, la vida sólo es posible a costa de los demás.

Así pues, no se trata de hacer por hacer, de acometer una empresa porque sí, no es seguir tus sueños lo que va a salvarte de la mediocridad,al contrario, será más bien lo que logrará exprimirte hasta los huesos, hasta el agotamiento final, hasta la mediocridad absoluta, y si la vida propuesta no es realmente valiosa entonces hacia donde debemos dirigir nuestra mirada, nuestras acciones, que hacer: lo que sangre en nuestros corazones, nada es tonto o descabellado, no hay locura si no la cotidiana, la que ya sabe desde antes de tu natalicio cómo vivirás y donde morirás, hay una posibilidad a la vuelta de la esquina, la despreocupación por las tareas,las posesiones,las obligaciones y la miseria, que nada nos importe más que la holgura del desparpajo, moneda de cambio en un mundo sin rivalidades, hombres y mujeres acometiendo el acto de vivir, sin deudas de tiempo, trabajando para construir un mundo para y por la vida, e ahí la muerte del hombre mediocre, la muerte de ese hombre funcional y autómata, obediente hasta la pena, pobre hombre de las 20 horas de actividad y 4 de sueño, hombre mediocre, que solo sabe aceptar, es decir, en la rebelión está el nuevo hombre creador, consciente de su existencia, de posibilidades todas, el hombre mediocre es el hombre de las instituciones y los estructuralismos,porque no confía en sus verdaderas capacidades transformadoras, en la ciencia empírica de hacer cada día algo inesperado,pero no por la fuerza de la acción sino de la belleza, que siempre será una musa de confiar, la belleza es la ética del hombre libre.


lunes, 17 de febrero de 2020

Serotonina - Michel Houellebecq


Una lectura para encontrar el sentido de la felicidad en contraste con el sentido de la felicidad occidental, mucho más entregado a la inmediatez, al orgasmo vacuo desprovisto de plenitud, así pues, Tenemos a un yupi, el eterno personaje de Houellebecq, en este caso Floent-Claude Labrouste, y como de costumbre cuarentón, un punto de partida en cada novela del autor Frances, supongo porque a esa edad comienza la decadencia de todo sujeto y no hay nada que se pueda hacer para ocultarla, nisiquiera ser un yupi con todas las ventajas competitivas del salvaje mercado humano,a esa edad un hombre ya ha valido, sus réditos se han materializado en una jugosa cuenta bancaria y además goza de un éxito considerable dentro de su profesión, punto este además bastante importante porque de él dependerá el resto de su vida, que pretende eterna o al menos que podrá dejar un legado, algo importante para la posteridad, y ese es creo el engaño tácito que nos permea como esponjas dóciles a todos los que vivimos en estas sociedades industrializadas hasta lo insaciable, con su lógica de devoración y consumo y claro con la desviación del sentido de la existencia en si misma, es decir, se vive para ganar, alcanzar metas, conquistar estadios cada vez más elevados dentro de una sociedad mediocre, que homogeniza los sueños, los placeres ( en este caso permitirlo todo es una homogenización) y la vida, las opiniones pueden llegar a ser tan predecibles que sabemos que no están ligadas a un proceso de interiorización intelectual sino más bien a la puesta en marcha de un discurso creado a pulso para generar idiotas libres, y vaya con el tema de la libertad, jugoso negocio, confundirnos tanto con el sentir y el uso semántico de la palabra que ya se puede creer que la libertad es subjetiva que hay tantas como posibilidades hay en el mundo, y vaya, resulta que esa es la propuesta mercantil que rige el mundo, la libertad de elegirlo todo, siempre y cuando elijas dentro de las posibilidades y que no se te ocurra una nueva, en fin, elije y serás feliz, para dictar la moral del mundo.



Hacia donde nos lleva toda esta presión, esta carga desmedida de pequeños placeres obligatorios, hacía la depresión, un problema cada vez más evidente en la sociedad contemporánea, una problemática que se lleva la vida de muchas personas al año, sujetos que parecen decepcionados de la vida pero que cargan con mucho más que eso, no es tan interesante la persona depresiva, haciéndolo ver como un asunto de introspección intelectual, es tan común esta patología porque recae no sobre personas sombrías que de tan inteligentes han perdido el sentido de la vida sino más bien,recae,sobre personas que adoran el sentido social de la vida y que o bien lo han logrado todo menos la plenitud o al contrario no pudieron lograr nada incluida la plenitud.

Parece que Houellebecq nos está intentando decir algo esta vez, que la cosa no es tan seria, que la vida no es tan complicada ni sofisticada como hemos querido inventar, que además somos animales comprobadamente sociales pero sobre todo que tenemos habilidades comunicativas y de fraternidad que son básicas y que pueden verse en su mejor expresión en una buena amistad o en una relación de pareja que puede ser una manera perfecta de soledad, porque no son mas de dos y es suficiente para desarrollar esas habilidades humanas que son necesidades básicas, así pues la felicidad podría ser saciar esas pequeñas necesidades que sólo pueden generar plenitud, y la plenitud es el acallamiento de la bestia que siempre quiere más.

jueves, 19 de diciembre de 2019

Siddhartha - Hermann Hesse


No es Buda aunque todos somos todo o al menos la posibilidad latente de serlo, esta es la síntesis del camino hacía la iluminación, que no es otra cosa que entender, y si para entender empleas todos los medios de la razón, mucho ruido harán los cimientos de tu conocimiento al caer porque entender es la antítesis de la razón y si además usas con demasía el lenguaje el entendimiento se disuelve y se difumina en la niebla espesa de cuantos ¨sujetos¨habitan dentro de cada uno, porque todos querrán hablar y ninguno hallará palabra para describir el entendimiento que es casualidad subjetiva o búsqueda consciente por su carácter individual.

Siddhartha es un joven hindú hijo de un Brahman, perteneciente a la casta de los sacerdotes y con un futuro esperándolo dentro de ese selecto grupo de guías espirituales de su pueblo, aunque es el deseo de su padre que el joven Siddhartha se forme en los preceptos de su religiosidad hay una rebeldía en el joven prospecto que lo arrebata a los deseos de su padre, él quiere seguir el camino de su existencia, uno que sea propio y lo lleve al camino de la sabiduría alejado de los dogmas y rituales.




Govinda su fiel amigo decide acompañarlo en las peripecias que han de encontrar aunque más como un idólatra de la figura de Siddhartha con toda la religiosidad que eso conlleva más que con la certeza del camino buscado, ese camino que lleva a la nulidad del deseo para sobreponerse a todo sufrimiento, sufrimiento latente en la idolatría por esperar demasiado de los demás, así que Govinda ha partido para fracasar. Los pasos los convierten en Samanas del bosque, ascetas inmaculados alejados de la rueda del samsara, pero inmersos en la ritualidad,pronto el joven Siddhartha sabrá que no es ese el camino correcto y salen al encuentro de un iluminado que ha sido visto por todos, un hombre imperturbable, el perfecto Gotama, que aun siendo hombre entre los hombres ha roto la rueda del dolor y el deseo, Govinda adepto a la idolatría se suma a los seguidores de Gotama, no así Siddhartha que teniendo por real a aquel hombre comprende que no puede encontrar la sabiduría en su rebaño y se aleja al fin, solo por el mundo, a vivirlo.

Aquí se nos presenta la parte más concreta de la historia, el punto álgido donde todo se condensa, y es en Kamala una joven amante, hermosa y deseada aunque sensible que seduce a Siddhartha hasta convertirlo en lo que ella más quiere, un hombre rico y poderoso, condiciones ineludibles para acceder a los placeres que solo ella puede regalar.

No es nada diferente a los mecanismos actuales de comportamiento humano, por qué hacemos lo que hacemos? qué nos motivo, qué nos impulsa, los más inocentes dirán que el amor o la familia y otros más oscuros comentaran que el dinero,el poder o el sexo, pero, qué diferencia hay entre unos y otros? creo que ninguna, desde el amor más puro hasta las más bajas pasiones están regidas por la maquinaria del deseo, se ama por que se desea sentir lo inquietante y escalofriante de la pasión amorosa y se hace riquesa porque se desea sentir la inquietante y escalofriante pasión que quema adentro por conseguir poder, así en ese orden de ideas todos somos todo y todos a la vez, todas las categorías son mundanas, simples, no hay distancia entre el mendigo y el rico, el feo y el hermoso, el docto o el desgraciado, somos todos un mismo fluir de sensaciones humanas que nos unifican, mientras se desee se sufrirá por tenerlo todo o por no perderlo, pero nadie desea de una manera que no sea entendible para otro hombre así su objeto de deseo sea otro.

Así que Siddhartha vive el samsara hasta un día en que desesperado acude a los servicios del suicidio y comprende, al fin entiende que sentimiento tan vulgar como el suicida solo lo logra un ente sufriente, pero que es imposible llegar al entendimiento sin vivir todos los niveles del samsara, sin desear total y absolutamente no se puede ser sabio, no hay conocimiento verdadero si no corremos el riesgo de ser devorados por el deseo y la pasión incendiaria que nos quema y nos hace humanos.

El camino del Buda es vivir para entender o perderse en el conocimiento de ese mundo.

Los Asquerosos de Santiago Lorenzo


Hemos llegado a un punto en que no solo somos indeseados sino unos completos asquerosos,dispuestos a tomar lo mejor de los demás sin importar sus propias expectativas o ilusiones, para hacer con ellos cuanto queramos y al final simplemente desecharlos, de esto se trata los asquerosos de Santiago Lorenzo, del otro como objeto vacío sin ninguna intervención en nuestro mas profundo sistema de auto-valorización, es decir: usamos y somos usados, sacamos provecho o lo sacan de nosotros y después; al bote de la basura y nada más.



Tenemos a un sujeto, Manuel, incapaz de construir una vida funcional dentro de los valores y sistemas impuestos, ha fallado en ser el hijo deseado, el estudiante sobresaliente, el adolescente que vive la historia de amor elocuente y total, a fallado en ser un buen prospecto economico.politico o social y al final una casualidad lo ha volcado al exilio, huyendo de un crimen a mano armada sobre un anti-disturbios que ha hecho uso desmedido de su autoridad y bueno, ya estará Manuel unos kilómetros fuera de Madrid buscando que hacer con su vida fugitiva.

Lo interesante es que en un principio intenta mantener una relación mas o menos normal con el mundo como lo ha conocido hasta sus escasos años de vida; huyendo se ha topado con una aldea abandonada a las afueras de la ciudad,entonces mancomunado con su tío se abastece de productos para mantener una vida digna mientras evade la justicia, situación que terminará mutando a una apología de la soledad y la frugalidad, convertido en un ermitaño que nunca sospechó que podía vivir de esa manera, uno que no tenía la mas mínima idea de que podía inventarse su propia manera de existir, entrar en discordancia con el imperativo social que te grita: consume,desecha y vuelta a consumir, sabiendo lo que implica este modus operandi diabólico,no sabes qué implica? una inversión de coste elevadísimo : tiempo, tiempo de vida implicado en una transacción laboral que toma entre 8 y 10 horas diarias más dos de transporte púbico o privado, en muchas de las veces el privado que te lo venden cómo un lujo termina por convertirse en más de dos horas al día que creerás son casi orgásmicas porque escuchas rock and roll a todo dar, sin importarte ni un poco el atasco en el que te has metido y todo porque sos un sujetazo al volante y los demás son sólo transeúntes, vaya que estas jodido, te has comprado acciones en este paraíso pero no hay dividendos disponibles, te has quedado embargado y ni siquiera te importa o hasta ni lo sabes.

Manuel, nuestro insignificante héroe vive sus mejores días, no tiene que engañar a nadie nunca más para ganar dinero y vivir la gran vida, porque ya no hay gran vida pequeño burguesa y esnob para vivir, ya puede ser honesto y pobre y feliz tal vez,libre despreocupado, ya puede ser tiempo que transcurre, tiempo abierto que espera por la plenitud, es decir por la perfecta armonía entre lo que se quiere,se piensa y se hace, este Manuel es un personaje absolutamente amoral, en el sentido de que ha trastocado nuestros valores, no usa nada, no está interesado de ninguna manera en una cultura popular demandante y absurda, no vive una realidad virtual, no tiene que venderse por nada, sólo le queda ser un buen hombre,solitario porque no hay otro igual, no existe un alguien capaz de prescindir de todo, un otro que también vea asquerosidad en todo cuanto pisa,come,escucha y no por una agorafobia que hasta tal vez;pero en definitiva no por eso o no sólo por eso, sino porque es la más elemental de nuestras obligaciones entender como un gesto político que de la manera en que vivimos está mal,muy muy mal, que somos básicamente antropófagos criminales, claro no hay otra manera de serlo, caníbales que nos consumimos los unos a los otros en un baile delirante, sicodélico y atroz que tiende hacía la exclusividad, el lujo y el confort, todos valores imposibles en ese mundo austero de Manuel, que austero significa vivir con menos o poco para tenerlo absolutamente todo, que hay alguien ahí afuera dispuesto a migrar a este otro mundo posible?

Nuestro héroe adora la soledad y morirá hacia el año 2060 ó 70 probablemente nunca baje de la montaña como si lo quiso zarathustra alguna vez, no intentará salvar a nadie, si nadie puede ser salvo excepto si se entera que puede ser libre de todo: capital,consumo,ideologías, religiones,de todo.

lunes, 21 de octubre de 2019

El problema de Dios


Si partimos de la mera realidad, es decir: en lo que todos podemos estar de acuerdo es que somos humanos, sin importar razas, etnias,olores, formas del cabello o falta del mismo, las uñas largas o cortas o cualquier otro rasgo natural. Podemos estar de acuerdo en que esto es básicamente un humano,no hay más, hay que ser verdaderamente honesto y aceptar que la naturaleza humana es más simple de lo que hemos intentado explicar,es decir: somos un homínido que ha evolucionado hacia la sofisticación, hemos aprendido a crear, transformar o modificar tanto los espacios físicos como mentales.

Sofisticado es todo aquello que no es natural, lo natural no tiene crítica posible, nada se puede hacer con respecto a ello, sea el conocido mal natural que causa las enfermedades, la muerte, los desastres provocados por maremotos,terremotos y todos los demás motos posibles; lo que quiero decir es que una vez ocurridos no hay nada qué hacer, no hay nadie o algo a quien culpar, es un hecho y nada más que eso; ya sabemos que hemos llegado a un punto donde sabemos como interactuar con esos problemas naturales desde la ciencia y la medicina, somos capaces en cierta medida de prevenir los efectos fatales de la naturaleza y tal vez llegue el día en que podamos simplemente eliminarlos, al menos en lo que tiene que ver con la salud y no con la inesperada fatalidad de un terremoto que aunque sepamos predecir cuándo y dónde no podremos salvarnos todos de las consecuencias.

Natural es todo lo que fuimos en un principio salvaje o que aun guardamos con celo bajo la máscara del pensamiento,del ego y de la realidad alterna que hemos construido y que hemos dado el nombre de civilización, lo que quiero dejar en claro es que toda idea que nos separe de nuestro estado salvaje y primigenio hace parte de una realidad alterna que nos hemos inventado para jugar a ser algo, lo uno o lo otro, a ser todo, es decir; en el momento primero de nuestro primer antepasado homínido no existió nada más que él mismo, contando todos los hominidos hasta llegar al homosapiens.

Sólo cuando desarrollamos la capacidad de razonar tuvimos el poder de inventar cuanto quisimos, nada pudo evitarlo, nada ha podido parar la creación desde ese punto, y es claro que nuestros antepasados no vivieron en sociedades, ni tuvieron amoríos, no fueron al templo a adorar a su dios o al teatro a ver una buena película de Tarantino, ni siquiera el Sapiens primitivo tuvo un dios, que sólo fue creado ese dios cuando ese grupo de antepasados usaron sus capacidades para formar aldeas y pueblos y además de haber creado la vida en sociedad también crearon a dios.

Pensemos que si la evolución hubiera llevado a los caballos en vez de a los hombres hacía el raciocinio dios no sería nuestro dios sino el dios de los caballos, esta sencilla proposición evidencia que la invención de dios cuida de nosotros sólo porque fuimos nosotros los que la diseñamos y le dimos forma a través del tiempo, de la historia y de la historia del pensamiento, El teísmo tanto como el ateísmo son partidos políticos militantes de ideas que nacieron de lo mismo: la razón humana. Sin temor a equivocarme puedo gritar que creer en dios es tan razonable como nuestra propia capacidad de crear, porque pensamos a partir de ella, en ese sentido todo pensamiento ( raciocinio ) es lógico en si mismo, todos podemos encontar las mil maneras dentro del pensar para darle vueltas y mas vueltas a nuestras ideas para hacerlas lógicas, lo que nos cuenta esto es que la lógica no es la verdad, algo que sea lógico no es algo verdadero o cierto, es simplemente algo que dentro de su propio conjunto de ideas tiene sentido, pero que invariablemente tiene el mismo origen que sus ideas opositoras u adversas, y ese origen es la capacidad humana de razonar y pensar.

Así la eterna batalla entre dios y su inexistencia no es más que una batalla entre la lógica teísta y la lógica atea, una de las dos será más lógica al fin y vencerá y bueno no hay manera en que la lógica a favor de un dios gane puesto que no existe nada más que la naturaleza pura y salvaje y todo lo demás es invención, con nuestras casas,trabajos, ropas, artes, comidas, danzas,sonidos, músicas, religiones, dioses, dios, y todo en cuanto crees y vayas a creer. Vaya absurdo, el problema de dios resulta ser el mismo problema de los conservadores o de los físicos cuánticos, es el mismo problema de los sistemas económicos o sociales es el problema en sí.




Vagabunda Bogotá - Luis Carlos Barragán

  Un viaje desquiciado al vacío con guiños surrealistas a un futuro y una realidad desconcertantes. Luis Carlos es un tipo, un tipito bast...